Déjame mostrarte una pequeña parte de mi.

Un trocito de lo que soy.

miércoles, 2 de abril de 2014

Mis amigos

Verde, era piedra verde. Un iglesia verde, confundida con la naturaleza; justo allí, rodeada de árboles de verde corteza, verde apariencia y verde corazón. La camaleónica iglesia se asentaba justo al lado del edificio rojo con bóvedas azules. ¿Cómo podían encajar juntos? ¿Como los rojos ladrillos podían convivir junto con la enmohecida piedra de la iglesia?, ¿Como?. Y sin embargo ahí estaban, separados por un pequeño sendero que conducía torcido hasta un sauce llorón, sin ramas verdes, desnudo. Era invierno, era el norte, allí no gozaría de muchos meses de verde vestimenta en las ramas, de lágrimas colgantes tambaleándose al son del viento. Allí pasaría la mayor parte del tiempo desnudo dejando ver solo su estructura.

Pero nos olvidamos del callejón de las damas blancas junto al puente de las estrellas. No mucho mas lejos un puente cruzaba el río, un puente que tiene a un lado la vista de la ciudad, con la inmensa catedral iluminada, impotente, magnífica, simple y llanamente, patrimonio de la humanidad. Y al otro lado una hilera de árboles que se suceden, uno tras otro, hasta que la vista no da mas, bordeando el río. Arboles de diferentes colores, uno concretamente, amarillo, tanto en verano como en invierno, sin mas color que el aportado por sus ramas y no sus desaparecidas e invernales hojas. 

Y el callejón. El callejón es una maravilla. Presidido a ambos lados por damas blancas, árboles con millones de flores que se han atrevido a asomar su cabecita pensando que empezaba la primavera. Durante una semana cada día las damas mostraron orgullosas a sus pequeñas y recién nacidas hijas, y cada vez que pasabas y el viento acudía a saludar, te encontrabas rodeado de pequeños puntos blancos, flotando a tu alrededor, casi como si nevara. Pequeñas y viajeras hijas, ya no coronan al callejón. Demasiado débiles para perdurar durante el mal tiempo, mostraron sin embargo, cuan bellas pueden ser sus madres, mostraron, en un breve destello, lo que la primavera va a suponer. 

Y es que me voy a enamorar, profunda y completamente cuando llegue. Las flores silvestres asoman, largas y amarillas en casi cualquier parte, aportando un poco de color al gris Durham de los ultimos dias. Y a pesar del mal tiempo, cuando camino, los árboles me enseñan sus trofeos, pequeños brotes, pequeñas flores, tintineantes, nuevas. Y es que no puedo evitar sonreir, girar, saludar a cada una, mirar a los mismos arboles un día tras otro viendoles renacer, poco a poco pero inexorablemente. Y es que están vivos, y hablan conmigo, y son lo que me hace sonreír cada día durante la ida y durante la vuelta, los que me hacen sentir que había un motivo por el que venir aquí, aunque no hubiera sido más que admirar la silvestre belleza que me rodea cada dia. Aunque no hubiera sido más que poder contemplar las estrellas en medio de el puente, justo después de andar por el sendero divisorio entre el rojo y el verde. Aunque no hubiera sido mas que  poder admirar a la osa mayor encaminando el callejón de las damas blancas. 

Todos ellos están juntos. Hay, sin embargo, otros lugares mágicos, como los bosques o las escaleras sombrías donde a pesar de ser un día soleado siempre hay penumbra. O el puente del castillo, donde puedes ver la catedral y el castillo como realmente son, dos vecinos cercanos pero lejanos al mismo tiempo. Uno ideado para proteger, otro para alardear, para denotar poder, riqueza. Y ahí están, lejanos, pues sobre el puente se aprecia la distancia que no es apreciable cuando estás entre ambos, a ras de suelo. Es un ejemplo magnífico para entender como hay que alejarse de las cosas para verlas con perspectiva. Y es que hay veces que las cosas son tan grandes que nos impiden verlas tal y como son. El puente de la perspectiva, si, así será denominado en adelante. 

Y es que aquí me encuentro, caminando cada día con una sonrisa, aunque solo en el breve lapso de tiempo que la naturaleza me hace sonreír aunque regrese tras un día de agotador trabajo. Siempre hay belleza que admirar a mi alrededor que me hace sentir, últimamente que nadie es capaz de ver el brillo de mis ojos al mirar la flores. Que nadie se percata, sonriendo, de cuando bailo mientras camino o que nadie admira que me de media vuelta y camine de espaldas para poder mantener a la vista un poco mas la belleza del callejón en el centro de la hilera de árboles de colores bordeando al río. 

Y es que parece que echo de menos pasear con alguien que sea capaz de mirarme y ver mas allá de la chica morena llena de capas de ropa que camina a su lado. Echo de menos, recuerdo, echo menos, pienso, razono, no dejo de echar de menos pero entiendo, pero vuelvo a recordar o hablar o a lo que sea y me encuentro paseando soñando despierta, ando imaginando historias, una y otra y una y otra otra vez, sin descanso. Pero es que la naturaleza siempre fue amiga de la imaginación y como diría Ana de las tejas verdes, no merece la pena una vida sin imaginación señorita Celia. Asi que asi estamos, enamorada perdida de mi camino a casa y simplemente perdida en lo que respecta a mi cordura. 






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