Y de repente lo ves claro. Eso es exactamente lo que quieres. Justo eso, lo miras, lo saboreas, lo palpas, lo sientes y estás segura. Eso es lo que quieres. Y esta ahí, incluso parece que está a tu alcance, lo rozas, es casi tuyo. Pero no. Hay algo que te lo impide. Sabes lo que es y lo miras de frente, intentas domarlo, llevarlo a un lugar donde no moleste, donde no te impida alcanzar todo eso que quieres, que te gusta, que sabes que te hace feliz. Lo miras, lo intentas y fracasas una y otra vez, de manera inevitable y año tras año. Te frustras, piensas que la siguiente vez lo harás mejor, pero no es verdad y ves poco a poco cómo la distancia con eso que tanto ansias se hace más grande, cada vez más lejos, cada vez más difícil de alcanzar. Y te duele, te duele tanto... Te cabreas contigo misma, vuelves a intentarlo, te vuelves a cabrear, vuelve a estar más lejos, su paciencia más pequeña, su tolerancia también. Y así, día tras día. Te toca contemplar como haces daño a algo que quieres. Te toca saber que cada paso para atrás es culpa tuya. Te toca verlo y aceptar que muy posiblemente llegue el día que eso que sabías que era perfecto para ti, se vaya, y saber que de haber sido capaz de domar lo indomable ahora mismo estaría ahí, contigo. Te toca llorar, te toca asumir, y te toca todos y cada uno de los días intentarlo como si no hubieras fracasado antes.
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