Desde pequeña había creído en la magia, la magia era una manera de vida, una filosofía que solo aquellos que creen en ella entienden. Es creer en lo imposible, lo que esta más allá de la razón y del entendimiento, lo que tan solo aquellos que creen entienden. No se basa en hechos científicos, ni en la razón. Está en la intuición y en la percepción, está en el corazón. Y puede que a muchos les suene a cuento chino, a timo y estafa, pero no es así. Nada que provenga de uno mismo es una mentira.
Ella, científica, desde que nació también, ella, la que si dios quería sería la primera doctora de la familia. Doctora en bioquímica, en ciencia, creía que había algo más allá de los hechos científicos, de lo tangible, de lo comprensible. Ella que buscaba en su vida los porqués, ella, ella tenía fe. Y esque aunque nadie lo creyese, sabía, como sabía que el sol sale y se pone todo los días, que su madre estaba ahí, y que había estado desde el día de su muerte. Mucho más presente antes, si, pero estaba.
Quería creer que en algún momento de su vida, el yo predominante sería, aunque fuese momentáneamente o por un periodo de tiempo, el mágico, el espiritual, el creyente. Tenía la creencia interior de que tenía algo que descubrir de ella misma que aún no sabía. Que en algún momento su vida le iba a dar un respiro de ciencia y la iba a permitir ir a descubrir aquello que era necesario que supiera. Tenía fe en ello y quería creer que esa fe iba a ser suficiente.