Le miré, hacía demasiado tiempo que no le veía.
Iba por la acera de enfrente y tuve la conciencia de que no querría que cruzase solo para saludarle, asique esperé quieta, mirándole pasar, le reconocería en cualquier parte.
Sopese la idea de seguirle, de ver a donde se dirigía, simplemente por el echo de tenerle a la vista un rato más. Me iba, había pasado ya el tiempo suficiente como para que no me odiase y aun así lo hacia, y lo hacía por algo que ni siquiera era cierto, o que de serlo no tendría derecho a molestarle.
Le perdí de vista y me senté en un banco, cerré los ojos y pasee por nuestros recuerdos. Dolía, dolía saber que el no paseaba, que era un jardín que tenía cerrado a su corazón y que se estaba trasformando en algo que no era real.
Me alegré de entender, de defender a todos siempre, de comprender, de que por encima de todo, todo lo que estaba haciendo no me hiciera odiarle, me quise por saber que en algún momento me había querido, y que realmente eso era lo único importante, por saber que el odio significa más que la indiferencia, por no odiar yo también.
La única pena real estaba en un adiós antes de volar hacia otro país, y me daba miedo que nisiquiera un año fuera suficiente.
PD: FELICIDADES
