No quería caer, no quería dejarse llevar, tenía que crecer y crecer significaba madurar y aprender a lidiar con sus emociones. No podría ser una esclava de ellas toda la vida, llevaban demasiado tiempo siendo un lastre y empezaba a estar cansada.
Respiró hondo e intentó relajar, bajar revoluciones.
No podía, su cabeza era un torbellino de imágenes y emociones que no podía controlar. Cerró los ojos con fuerza y dio un puñetazo en la cama. Un par de lagrimas resbalaron por sus mejillas. La ansiedad estaba ahí y ella era lo suficiente débil como para no poder aplacarla, no poder sofocarla como quien apaga una vela, como quien es capaz de controlar su destino.
Una gran desesperación se apoderó de ella y por un momento no la dejó respirar, pero entonces se acordó, ella misma se ponía las limitaciones, era ella sola pensando que no podía, era ella y su falta de confianza en si misma lo que la llevaban a estar donde estaba. Ella era la que toda su vida había reaccionado así ante una situación tan absurda como la que tenía delante y estúpida de si misma se había creído que era causa y efecto, que TENÍA que estar así que tenía que enfrentar y sentir las cosas como si no hubiera crecido, evolucionado, pero lo cierto es que si que lo había echo, y se había dado cuenta de que era dudar lo que le llevaba a error, nada importaban los demás y la confianza o desconfianza que depositaran, si ella dudaba no era nada, y ella sabía que ahora, con lo que había crecido como persona, como pareja, como mujer, esta situación absurda no le preocupaba y no creaba ninguna ansiedad.
Si, es cierto, no le haría feliz, su subconsciente le diría lo mal que se supone que tendría que estar, y hasta que la repetición no lo hiciera fácil igual no sería como quien oye llover, pero desde luego no significaba una noche histérica sin dormir.
Kes se seco las lagrimas y volvió a coger el libro que estaba leyendo, y sin dudarlo ni un segundo les dedico cuerpo y alma a todos aquellos personajes que había apartado por dudar de ella misma.